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Los puntos de contacto: donde realmente se juega la experiencia del cliente

Cuando hablamos de experiencia del cliente, no nos referimos solo a un buen producto o a la amabilidad del personal. La experiencia es la suma de todos los puntos de contacto: cada interacción, desde el primer mail hasta el checkout final, es una oportunidad para dejar huella.

Las empresas extraordinarias en CX como Disney® lo entendieron hace décadas. En este caso, un punto de contacto no es solo una venta de entradas o el saludo de un empleado: es parte del espectáculo. Desde la música de fondo, la limpieza impecable o el detalle de que un colaborador recuerde tu nombre, cada interacción está diseñada para transmitir magia.

¿Qué es un punto de contacto?

Un punto de contacto es cualquier momento en el que un cliente se relaciona con tu marca. Puede ser directo —como una llamada telefónica, un mail, una visita a tu local— o indirecto —como un comentario en redes sociales, una reseña o la recomendación de un amigo—. Cada uno de estos momentos impacta en la percepción global del cliente.

Un error frecuente es analizar la experiencia únicamente como un todo. La realidad es que se construye en múltiples interacciones pequeñas que, sumadas, definen el recuerdo global. Si un cliente vive diez puntos de contacto positivos y uno negativo, es muy probable que recuerde ese error por encima de todo lo demás.

El mapa del viaje del cliente

Para gestionar estas interacciones necesitamos un Journey Map, una herramienta que nos permite visualizar el recorrido completo del cliente: desde que nos descubre hasta que se convierte en recomendador.

– Al mapear este recorrido, detectamos fricciones, puntos críticos y oportunidades.
– Nos ayuda a diseñar experiencias que no sean casualidad, sino el resultado de una estrategia.
– Nos muestra dónde invertir tiempo y dinero, ya que no todos los puntos de contacto tienen el mismo peso en la percepción del cliente.

Expectativa vs realidad: la fórmula de la experiencia

En cada punto de contacto ocurre una ecuación silenciosa: Expectativa vs Realidad. De allí surgen tres posibles resultados:

– Positivo: cuando lo que recibe supera lo mínimo esperado.
– Neutro: cuando lo que ocurre es exactamente lo que esperaba, sin sorpresas.
– Negativo: cuando la realidad no alcanza lo que imaginaba.

Y existe una cuarta categoría: la meca de la experiencia, el ¡WOW!. Ese momento en el que el cliente recibe mucho más de lo que anticipaba. Un upgrade inesperado en un hotel, un detalle personalizado en un restaurante, una solución rápida a un problema. Esos momentos marcan la diferencia y quedan grabados en la memoria emocional del cliente.

Puntos de contacto de alto valor

No todos los puntos de contacto pesan igual en la percepción del cliente. Algunos son críticos:

– El primer contacto (cómo te descubren).
– El momento de la compra.
– El instante en el que se resuelve un problema.

Invertir en estos momentos de alto valor es invertir en la construcción de la diferenciación de tu marca. Porque ahí es donde se define si el cliente seguirá contigo o elegirá a la competencia.

Blindar los puntos de contacto esenciales

Existen interacciones que no siempre dependen de nosotros —un transporte, un proveedor externo, incluso el clima—. Por eso es clave asegurarnos de que existan ciertos puntos de contacto que siempre sean positivos (llamados “verdes” o “positivos”), para inmunizar al cliente frente a posibles dolores.

Si el check-in en un hotel es impecable, la habitación perfecta y el personal atento, es mucho más probable que un problema menor con el WiFi no empañe toda la experiencia.

Los tres elementos para gestionar los puntos de contacto

Para analizar y gestionar los puntos de contacto existen tres dimensiones que actúan como pilares: el Proceso, el Lugar y la Persona. Ese es el orden correcto en el que deben ser evaluados, porque uno condiciona al siguiente.

1. El Proceso
Un punto de contacto nunca debe dejarse librado al azar. El proceso es la estructura invisible que ordena cómo se presta un servicio y define qué puede esperar el cliente. Sin un proceso claro, cualquier intento de generar consistencia se derrumba. Ejemplo: si un restaurante no tiene definido un protocolo para tomar pedidos, cada camarero lo hará a su manera. Y cuando el cliente tenga una mala experiencia, es injusto responsabilizar únicamente a la persona: el problema real estuvo en la ausencia de un proceso bien diseñado.

2. El Lugar
Una vez que el proceso está definido, el lugar se convierte en el escenario que le da vida. No es solo un espacio físico: es el entorno que condiciona emociones, percepciones y expectativas. La música de fondo, la limpieza, los aromas, la señalización o la temperatura influyen más de lo que creemos en la experiencia. Ejemplo: un banco puede tener procesos impecables para atender rápido, pero si la sucursal está sucia, mal iluminada y con sillas incómodas, el punto de contacto quedará teñido de negatividad.

3. La Persona
Finalmente, el protagonista visible: la persona. Es quien ejecuta el proceso y se mueve en el lugar. Y aunque sea la cara visible para el cliente, nunca debe analizarse de manera aislada. Pretender evaluar a un colaborador sin mirar antes el proceso y el entorno es como culpar al actor por un guion mal escrito o un escenario mal montado. Ejemplo: un recepcionista de hotel puede ser cordial y atento, pero si el sistema para hacer check-in falla constantemente, la percepción global del cliente será negativa.

Este orden importa porque asegura una mirada justa y sistémica: primero el proceso, luego el lugar y por último la persona. Juzgar solo a la persona, sin analizar lo que la rodea, es una de las prácticas más injustas —y frecuentes— en la gestión de la experiencia.

Ejemplo práctico: el sector gastronómico

Imaginemos dos restaurantes con la misma carta y precios similares.

– En el primero, el camarero tarda en traer la carta, la mesa está mal limpia y el pedido llega justo a tiempo. Todo correcto, pero nada especial.
– En el segundo, la experiencia fue diseñada: la reserva se confirma con un mensaje personalizado, el camarero recuerda el nombre del cliente, la mesa tiene un detalle inesperado (como un postre de cortesía) y el encargado se acerca a preguntar cómo fue todo.

¿El resultado? Ambos sirven la misma comida, pero uno transforma el almuerzo en una experiencia que el cliente contará a sus amigos. La diferencia estuvo en los puntos de contacto.

Para reflexionar

El verdadero juego de la experiencia del cliente se da en los puntos de contacto. Allí es donde se construyen percepciones, emociones y recuerdos. Mapearlos, priorizarlos y diseñarlos con intención es la diferencia entre una marca que sobrevive y una que trasciende.

Porque la experiencia nunca es casualidad: siempre es el resultado de un plan bien ejecutado. Y en un mundo donde la competencia se multiplica, los productos se parecen y la tecnología iguala, son los puntos de contacto los que definen tu identidad.

En definitiva: no se trata de lo que vendés, sino de cómo hacés sentir a tu cliente en cada interacción. Ese es el legado que deja huella y el camino hacia el verdadero éxito empresarial.

Basado en “Los secretos detrás de la magia”. Por Julián “Gaita” González, Director GrupoSet Latam

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